martes, 10 de mayo de 2011

Ceres Eleusina

Para los hombres y mujeres que vivieron hace 2490 años en Grecia, Ceres representaba una Divinidad femenina que ejercía su influjo y su poder en el crecimiento de las plantas y los dones que la tierra ofrecía a los hombres.

Según el mito, Ceres tenía un hija llamada Proserpina y por una de esas "jugadas del destino" muy al estilo griego, Proserpina descendió a los infiernos y contrajo matrimonio con el mismísimo Hades.

Como su madre, Ceres la buscaba desconsolada sin poder hallarla, todo lo concerniente a la germinación de las semillas y al crecimiento natural de las plantas quedó trastocado y en el más completo abandono. Ante semejante caos, Zeus mismo tuvo que intervenir, y ya que no era posible devolverle completamente la hija a la madre, se "convino" que Proserpina pasaría la mitad del año junto a su marido en "los infiernos" y la otra mitad la pasaría junto a su madre Ceres en la tierra de anchos caminos...

Así nació el mito de Ceres y Proserpina que daría lugar a los Misterios de Eleusis, o de Ceres Eleusina. Misterios relativos pues a una madre desconsolada que busca a su vástago, y un pacto con el mismísimo Zeus sobre bajar y subir de los infiernos para que de este modo la vida se renovara de nuevo.



Cuando Jerjes, el heredero de Darío y de Ciro (ambos "grandes"), arrasó la acrópolis de Atenas ante la adolorida mirada de los atenienses que desde Salamina lloraban por semejante impiedad, Jerjes se ganó el odio de todo ese pueblo. Pero cuando Jerjes y su ejército arrasaron el Santuario de Ceres Eleusina, un escalofrío recorrió el cuerpo de todo griego que se preciara de serlo.

Darío y Ciro, ambos "grandes" se caracterizaron por el respeto hacia cualquier culto o expresión religiosa en las tierras que conquistaron. Fueron un ejemplo de poderío militar, tolerancia hacia los demás y administración eficaz de un imperio.

Ya antes de la toma de Atenas, Demarato había advertido a Jerjes de que un Espartano preferiría morir a ceder un metro de terreno en la batalla. Jerjes se rió a carcajadas, pero al anochecer del primer día de asalto a las Termópilas ya no se oía ninguna carcajada.