jueves, 21 de mayo de 2009

Noticia traída del Blog - "En ocasiones veo ciencia". De "El País"

Esto me recuerda tanto a un pasaje de Armas, gérmenes y acero -Guns, germs & steel- de Jared Diamond: en él describe a un aborigen de Papúa Nueva Guinea que conoció en sus viajes. Éste chaval, joven, tal vez tanto como alguno de los chavales brillantes que fracasan en nuestros institutos, tenía una curiosidad insaciable. El tipo conocía miles de especies de flora y fauna de las diferentes islas y, cuando se desplazaban con Diamond, exploraba cada nueva localización y hablaba con la gente del lugar con la intención e aprender sobre sus plantas y animales. No vaya nadie a pensar que tenemos a un filósofo guineano cual si se tratara de una extraña hibridación entre Aristóteles y el buen salvaje de Rousseau. Él preguntaba para conocer las potenciales plantas medicinales, comestibles, etc. ¡Es un conocimiento práctico! Una curiosidad que todos llevamos dentro y que lo fácil, lo precocinado, lo simple y pre-masticado consiguen apagar...



El problema aquí, hoy, dice Wagensberg, es que la sociedad no favorece el gozo intelectual: escuelas escleróticas y serias donde no se enseña a conversar, universidades donde no se interroga a la naturaleza, a los compañeros, a los profesores, donde se toman menos cafés y libros de los que se debiera... Ahora solo faltaría citar a Giovanni Sartori y su Homo videns para cantar ¡Bingo! -otro día-



Seguramente era mucho mejor el sistema de la escuela peripatética de Aristóteles. Algo no muy lejano de la Academia de Platón o, si me apuran, de los apóstoles y su maestro. Pocos, bien avenidos y curiosos, dando largos paseos e interrogándose unos a otros sin parar.